Un bateeiro manipula una cuerda con mejillones en una batea de la ría de Arousa. Cortesía de Xurxo Mariño.

Mejillones en la cuerda floja

Los cambios en los vientos y el aumento de temperatura del agua amenazan el trabajo en las bateas de las rías gallegas. Científicos y productores investigan la causa del aumento de los desprendimientos y se preparan para un futuro incierto.

Por Antonio Martínez Ron

Con la vista clavada en la ría de Arousa, Víctor Dios saborea un mejillón con la satisfacción de quien conoce el trabajo que ha costado criarlo y llevarlo hasta la mesa. Hoy se ha levantado a las 5 de la mañana y ha trabajado duro en la batea hasta mediodía para sacar junto a sus compañeros unos 2.500 kilos de mejillones que se venderán en supermercados y pescaderías. Pero en su rostro se dibuja un gesto de intranquilidad. «Este año no hubo nada de nordeste, muy poquito», asegura. «Y en verano es fundamental para que haya el afloramiento, para que entre el agua de la corriente del golfo, fría y llena de nutrientes, que es lo que hace que los mejillones engorden». Después de 35 años trabajando en la ría, Víctor sabe que un mejillón que no engorda es un mejillón débil, que puede terminar desprendiéndose de las cuerdas. «Este año de momento no hemos tenido desprendimientos, pero estoy acojonado porque tiene mucha anémona», confiesa. «De momento ha aguantado, pero a ver si lo sacamos pronto porque me mete miedo».

Esta sensación de preocupación ante los cambios es común entre los bateeiros de la ría. Saben que la temperatura del agua está cambiando, y la suma de factores como la falta de vientos y lluvias puede suponer una amenaza de cara al futuro, consecuencia del cambio climático que afecta al mar. «En los últimos años los productores nos comentaban que se les estaba cayendo mucho el mejillón y que las cuerdas estaban repletas de anémonas», explica Ángeles Longa desde el Consello Regulador del Mexillón de Galicia. «Coincidió con una época en que el agua estaba especialmente caliente, por eso nos involucramos en un proyecto que se llama Mytiga, con el que queríamos ver si estaba relacionado con el cambio climático. Y se comprobó que, efectivamente, la presencia masiva de la anémona tiene un efecto negativo en cuanto a que el mejillón se fija peor a la cuerda». «Lo que se observó es que el impacto de estas anémonas es muy perjudicial para los mejillones», asegura Xosé Antonio Padín, investigador del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC y coordinador del estudio. La clave está en la grasilla que producen las actinias para desplazarse, parecida a la que generan las babosas, que reduce el número de filamentos con los que el mejillón puede adherirse. «En una cuerda que está infestada de anémonas un mejillón se va a agarrar con mucha menos fuerza», añade Padín. «Nuestros resultados indican que se dobla el número de desprendimientos».

El cambio climatico en el mar azota a las bateas de Arousa

Un bateeiro manipula una cuerda con mejillones en una batea de la ría de Arousa. Cortesía de Xurxo Mariño.

El ciclo que alimenta la ría

El efecto de las anémonas sobre la producción de mejillones no es lo único que se estudia en el proyecto Mytiga. Desde hace meses toman muestras y monitorizan semanalmente las bateas de la ría de Arousa para controlar la proliferación de dinoflagelados, las microalgas que generan biotoxinas y dan lugar a las llamadas «mareas rojas» que obligan al cierre temporal de las plataformas. «Visitamos cinco bateas de la ría de Arousa y medimos diferentes propiedades del mejillón, tanto la fortaleza con que se agarra a la cuerda, su crecimiento, la relación de carne sobre el peso total, y luego una caracterización de la fauna que convive con el mejillón en la cuerda», asegura Padín. El delicado equilibrio de este ecosistema que permite producir unos 18.000 millones de mejillones (250.000 toneladas) cada año en las rías gallegas se basa en un ciclo natural de renovación de las aguas en el que los vientos del norte son esenciales y que en las últimas temporadas se ha visto alterado.

«Sin el afloramiento nos quedamos sin el principal sostén de la riqueza que tenemos en la costa gallega»

«Es como si soplaras sobre una taza de café», explica Padín. «Cuando sopla el viento del nordeste el agua superficial de la ría se desplaza hacia el interior del océano y ese espacio que deja es sustituido por un agua más profunda, agua fría del interior del Atlántico que tiene más nutrientes y fertiliza la ría». El fenómeno se conoce como afloramiento, se produce especialmente en verano y es el que hace que los días que brilla el sol en las costas del norte el agua esté especialmente fría. «Este proceso es el que le da la calidad a la producción primaria de la costa gallega, sin el afloramiento nos quedaríamos sin el principal sostén de la riqueza que tenemos a día de hoy», indica el investigador. El problema es que, debido a los cambios de temperatura globales, cada vez se produce con menos frecuencia. «Ese viento del norte suele estar asociado con la posición del anticiclón de las Azores al norte de Galicia, en el Cantábrico, y deja viento del nordeste en verano», explica el meteorólogo Carlos Balseiro, quien ha trabajado para MeteoGalicia durante años. «El anticiclón está cogiendo posiciones nuevas, o más bien posiciones que antes eran anómalas y que ahora empiezan a ser más frecuentes. Se coloca más al norte o más al sur, lo que se traduce en menos episodios de afloramiento».

Cambio en las posiciones del anticiclón (H) en verano. La imagen de la izquierda muestra la posición «clásica», con el anticiclón extendiéndose desde las Azores hasta el Cantábrico. La imagen de la derecha muestra la posición «rota» del anticiclón en los últimos años. 

Este descenso de vientos del norte, según los investigadores del proyecto Mytiga, podría estar favoreciendo a su vez la presencia de dinoflagelados tóxicos y produciendo un mayor número de cierres por marea roja. «El principal alimento que entra en la ría está compuesto de dos grupos de algas», explica Padín. «Las diatomeas, células grandes que son el alimento de muchos organismos filtradores pero no tienen capacidad de nadar y están al albur de las corrientes, y dinoflagelados, que sí pueden nadar».

Según sus observaciones, el agua de la ría ha pasado de renovarse en 8 o 9 días a renovarse en una media de 20 días, de modo que hay menos movimiento. «Es fácil entender que una diatomea tenga más problemas si el agua está más estratificada. Se ve desfavorecida frente especies que pueden nadar hacia arriba, que son las que provocan los episodios de biotoxinas».

«Ibas a la batea y veías cómo la cuerda flotaba y se iban toneladas de mejillón»

La conjunción de factores hizo que en Galicia hubiera una serie de años muy negativos respecto a cierres de bateas. «En 2012, 2013 y 2014 hubo muchos cierres por una presencia muy elevada de biotoxinas», recuerda Padín. «Si una batea no puede sacar el mejillón por el cierre y encima coincide que hay anémonas que favorezcan el desprendimiento, el día en que abras la batea vas allí y posiblemente no tengas nada, solo la cuerda pelada». «Hubo desprendimientos sobre todo en el sur, de cuerdas que tenían que dar veinte sacos y dieron tres sacos», recuerda Víctor Dios. «A lo mejor una batea que tenía que dar 100.000 kilos daba 20.000, veías cómo se iban tres cuartas partes de la cosecha. Y no era por golpes de mar, se iba solo. Ibas a la batea, estaba metida; ibas unos días después y veías cómo la cuerda flotaba y se iban toneladas de mejillón».

Cuerda con mejillones en una batea de la ría de Arousa. Cortesía de Xurxo Mariño.

Un Schwarzenegger en peligro

¿Se puede decir que todos estos fenómenos sean consecuencia directa del cambio climático? Los registros hablan de un aumento de la temperatura del agua de entre 1 y 1,4 grados en los últimos 30 años y de una reducción de los episodios de afloramiento de hasta un 45% desde la década de 1970. «La tendencia es esa», indica Balseiro, «antes había una mayoría de días de entre 15 y 16 grados y ahora nos movemos cerca de los 20 grados». Pero en general los científicos se muestran prudentes antes de conocer cómo evoluciona la tendencia. Uxío Labarta, uno de los investigadores más veteranos del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM), cree que estamos ante un problema de cambio temporal más que de cambio climático. Sus estudios también muestran que el mejillón es capaz de aguantar el aumento de la acidez del agua sin problemas y que no hay grandes amenazas para su crecimiento.

Si hay un motivo de preocupación, a su juicio, es el aumento de los episodios de sequía que estaría alterando los periodos de cría del mejillón y afectando a sus larvas. «Recientemente vimos que el mejillón no había recuperado carne en la época en que tenía que recuperarla, la de afloramiento de junio a julio», explica. «Y hemos detectado que fue por la gran sequía que hubo aquí. El río arrastra nutrientes y hubo un menor aporte de agua dulce». En el año 2009, Labarta y su equipo elaboraron un informe titulado «Influencia do cambio climático no cultivo de mexillón das rías galegas», en el que se afirmaba que «la reducción observada en la duración del período favorable de afloramiento y de su intensidad apuntan a un descenso de la tasa de crecimiento y la calidad de los mejillones cultivados en batea, así como a un aumento da presencia de microalgas nocivas en los últimos 40 años». De acuerdo con las conclusiones de Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, aseguraban, «los escenarios futuros en términos de estas variables implican cambios significativos sobre el mejillón, especialmente sobre su fase larvaria».

Xosé Antonio Padín también investiga los efectos de un mayor acidificación del agua del mar por la acumulación de CO2 en la atmósfera. Dentro de un nuevo proyecto, llamado Arios, su equipo introduce mejillones en una serie de tanques y los exponen a atmósferas con una concentración de dióxido de carbono que corresponden con las cantidades previstas para el año 2050 y 2100. «Como animal, el mejillón es un Schwarzenegger de la vida», afirma. «Puede vivir bajo el agua o en una roca emergida y soportar variaciones de temperatura de 40 grados; es un animal fortísimo. Pero una mayor acidez puede alterar la síntesis del carbonato cálcico. El animal no va a morir, pero tendrá una concha de peor calidad y será más vulnerable a los depredadores. Lo que vemos es que si se suman factores como la acidificación, calentamiento y peor dieta, puede haber mucho más impacto en la población de mejillones».

Ría de Arousa. Cortesía de Xurxo Mariño.

«El cultivo del mejillón en Galicia es una bomba de relojería que lleva haciendo tic-tac desde que empezó»

Antonio Figueras, investigador del Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo y líder del equipo que publicó el genoma del mejillón hace unos años, es aún más pesimista. «Siempre he dicho que el cultivo del mejillón en Galicia es una bomba de relojería que lleva haciendo tic-tac desde que empezó», asegura. Figueras recuerda que esta es la única especie de molusco bivalvo que no ha experimentado grandes mortalidades, en parte por su increíble versatilidad genética, pero en cualquier momento puede producirse. «Ahora mismo es superresistente, pero no puedes excluir que en cualquier momento empiece a caer. Y, cuando empiece a caer, no va a parar». El problema puede aparecer como sucedió con las ostras en Francia, que parecían inexpugnables. «Los moluscos se mueren fundamentalmente por una enfermedad, bacteria o virus», explica el especialista. «Si el animal está bien aguanta lo que le echen, pero cuando hay cambios ambientales se vuelve vulnerable. En el caso de la ostra en Francia la causa fue un virus, pero se murieron el 80% de una producción 150.000 toneladas y se han quedado en nada. Y no lo achacan tanto al patógeno como a las condiciones ambientales; años de falta de lluvia y temperaturas elevadas que favorecieron el crecimiento de una bacteria que también estaba ahí sin que nadie la viera».

De momento la producción anual de mejillones sigue siendo de récord, pero puede que la amenaza que la puede poner en peligro también esté delante de nuestras narices y aún no la hayamos detectado. Para Figueras, puede que sea una especie invasora, un virus, una bacteria o algún tipo de pez que se adentre en las rías y encuentre en las bateas un auténtico supermercado donde servirse. «Los últimos veranos de Galicia están siendo inusualmente secos y cálidos y las estaciones se están moviendo, nos vamos a un veratoño. Las lluvias después se retrasan hasta febrero. ¿Eso son cambios consistentes que se van a mantener o son alteraciones puntuales? No lo sabemos. Pero cambios ligeros en el pH, el CO2, la salinidad y la temperatura pueden tener que ver en la producción de concha y afectar a la resistencia del mejillón a enfermedades».

A sus 54 años, el bateeiro Víctor Dios también tiene la mosca detrás de la oreja ante los últimos cambios. «Aquí la almeja cada vez cría menos y es más difícil sacarla adelante. También hay menos pescado, están diciendo que cada vez van más para el norte», asegura. «En general hay una rebaja en todo. Se nota. Camarón, por ejemplo, este año no se ve nada. Y sí, el mejillón es muy duro, un bicho extraterrestre, pero este es un ecosistema especial y no sé cómo evolucionará esto si la temperatura del agua sigue subiendo». «Todo esto», reconoce, «mete un poco de miedo».

Un termómetro en el puente de Rande

Aunque no hay series de datos muy largas de temperatura del agua en las rías, algunos de los datos recogidos en los últimos diez años nos pueden dar una pista de las tendencias. En el Puente de Rande, situado en la ría de Vigo, hay una estación océano-meteorológica que recoge datos desde el año 2008. En este tiempo las temperaturas medias del agua en verano han oscilado entre los 16 y los 18 grados, pero si tomamos el número de días en los que la temperatura media diaria superó los 18 grados se puede ver una tendencia al alza, tal y como señala el meteorólogo Carlos Balseiro.

En los datos se observa un pico acentuado hacia abajo que corresponde al año 2016 en que se produjo lo que antes era normal y ahora es excepcional: el anticiclón sí que estuvo muy asentado al norte de Galicia y hubo muchos días de viento norte y se produjo, por tanto, una entrada de aguas frías. Otro dato que apunta en la misma dirección es de este último verano. «En el interior de la Ría de Arousa», señala Balseiro, «el 3 de agosto y el 7 de julio se superaron los 23ºC (23,3 exactamente), siendo este el valor más alto que se ha registrado desde 2007, lo que apunta en la misma dirección».