Cuando Oleguer Plana termina la «pela» de sus alcornoques, después de dos semanas de duro trabajo, el bosque se queda temporalmente desnudo, como si los árboles se hubieran librado de su pesada corteza para empezar el verano. Pero este «corte de pelo» les durará más de una temporada. En concreto, estos alcornoques permanecerán sin «pelar» durante los próximos 14 años, el tiempo necesario para que el corcho vuelva a crecer y alcance el grosor que se necesita para fabricar los preciados tapones para el vino. Una producción lenta, que supone una de las principales fuentes de ingresos para centenares de pequeños productores como Oleguer y que ahora empieza a estar amenazada.
«Este año hemos pelado unas 25 toneladas de corcho y hemos hecho unas 15 hectáreas», explica Plana. A sus 38 años, este ingeniero forestal lleva media vida gestionando el alcornocal de 200 hectáreas de su familia en el Parque del Montnegre i el Corredor, en Barcelona. En este tiempo ha visto cómo la calidad del corcho ha ido empeorando, en especial por culpa de la «culebrilla» (Coraebus undatus), el coleóptero que agujerea la corteza de los alcornoques y la hace inservible para fabricar tapones. Y ha observado cómo la lenta pero implacable mano del calentamiento global en el bosque cambiaba sus hábitos de trabajo. «Estamos detectando problemas en la regeneración del alcornocal», asegura. «Cuando nacen árboles nuevos cuesta mucho más que salgan adelante. Sobre todo en las cimas de las montañas, en las que antes vivían bien. El alcornoque está quedando mucho más acotado y hay que hacer más trabajos de gestión, que son los más costosos».
El principal cambio que ha notado Plana en su trabajo es el estrechamiento de la ventana temporal en la que pueden extraer el corcho. «La ley en Cataluña te dice que puedes pelar hasta septiembre», relata. «Y muchos años en junio ya no se puede pelar porque el árbol se cierra. En cuanto nota sequía y estrés, el árbol se cierra y ya no puedes sacar nada». La extracción del corcho se hace en verano porque es el momento en que el alcornoque, tras la productiva primavera, separa su corteza temporalmente, pero si nota que empiezan a escasear los recursos o sube la temperatura, la corteza se repliega y ya no es posible sacar el corcho sin provocar daños. «El año pasado, por ejemplo, se empezó en mayo porque venía un año seco y a finales de junio ya no se pelaban árboles. Esto significa que a lo mejor has programado mal la saca y, de todo el corcho que tenías para sacar ese año, solo sacas la mitad».
Una industria en peligro
En España se extraen cada año más de 88.000 toneladas de corcho que representan el 30% de la producción mundial y nos coloca en el segundo lugar del ranking global, solo por detrás de Portugal. En torno a un 20 por ciento de ese corcho tiene la calidad suficiente para producir unos 3.000 millones de tapones al año y el resto se destina a refugo, el material que resulta de triturar la corteza y que se vende a menor precio para distintos usos industriales por sus propiedades aislantes, incluso para recubrir los cohetes de la Agencia Espacial Europea. Según datos del sector, la producción de corcho genera unos 3.000 empleos y unos 350 millones de euros anuales de facturación. Por eso es tan importante conocer qué puede suceder en los próximos años y comenzar a tomar medidas.
«Lo que vimos es que el alcornoque lo tiene crudo. Según estos modelos, desaparece»
En el año 2011 un equipo coordinado por el catedrático de la Universidad de Extremadura Ángel Felicísimo publicó, por encargo de la Oficina Española de Cambio Climático, un meticuloso estudio sobre el impacto que tendría el cambio global sobre las distintas especies de la flora española ateniendo a los distintos modelos de proyección climática. En el trabajo se puede observar en qué zonas crecen ahora las distintas especies y en cuáles será difícil que sobrevivan si cambian las circunstancias a medio plazo.
«Lo que vimos es que el alcornoque lo tiene crudo», asegura Felicísimo. «Según estos modelos, desaparece». Estas proyecciones, advierte, contienen un alto nivel de incertidumbre, porque las especies se podrían adaptar o podrían adoptarse medidas que mejoraran su situación, pero lo cierto es que en el mapa de proyección para 2040-2070, su análisis prevé que la zona de habitabilidad de los alcornoques se trasladará a la cornisa cantábrica. «El alcornoque tiene sobre todo un problema», apunta el experto, «y es que necesita agua en verano. No mucha, pero eso hace que sea mucho menos resistente que otras especies como la encina. Los modelos con que trabajamos nosotros lo que predicen es que van a subir las temperaturas todo el año y especialmente en verano, lo que aumenta la aridez y disminuye la vapotranspiración, por lo que las plantas lo pasan peor y pueden morir».
Ante estas predicciones, muchas administraciones y los propios productores se han puesto las pilas para afrontar los cambios. En Cataluña, donde se hay unas 70.000 hectáreas de alcornocales, llevan cuatro años trabajando en el proyecto Life + Suber, financiado parcialmente por la Comisión Europea para diseñar estrategias que permitan garantizar la supervivencia de este ecosistema. «El objetivo es implementar medidas novedosas en la gestión para adaptarlos al cambio climático», explica Roser Mundet, ingeniera de Montes y coordinadora del programa. «A nivel forestal hay muchas especies que están afectadas», reconoce, «pero en el alcornoque es muy visible un decaimiento de la masa por la falta de lluvias, que conlleva un mayor riesgo de incendios. Y sobre todo por la plaga de la culebrilla que tenemos aquí».
«Los bosques no se pueden mover del sitio y tienen que aguantar lo que les viene, cambios muy drásticos y muy rápidos»
La aparición de esta plaga, que en Cataluña tiene más impacto debido entre otras cosas a que los alcornoques están más próximos entre sí que en las dehesas de Andalucía y Extremadura, no es consecuencia directa del cambio climático, pero el aumento de temperatura crea las condiciones para que sea más destructiva. «El problema es que están apareciendo nuevas plagas y vulnerabilidades que no estaban previstas», asegura Jordi Vayreda, investigador del CREAF y experto en ecología forestal que ha participado en el proyecto Life + Suber. «Se están registrando estos fenómenos de olas de calor y sequías más prolongadas. Y no es que no ocurrieran antes, sino que ocurren con mayor intensidad y más a menudo», indica. «Los bosques no se pueden mover del sitio y tienen que aguantar lo que les viene, cambios muy drásticos y muy rápidos. Estos episodios de sequía pueden matar directamente los árboles o pueden provocar efectos indirectos; el árbol se va debilitando y entra una plaga que un alcornoque sano puede combatir perfectamente, pero ya no puede. Como cuando nosotros cogemos una gripe porque estamos bajos de defensas».
Medidas de supervivencia
Durante los últimos años, algunos alcornocales catalanes han sido un campo de pruebas de los técnicos para ensayan nuevas estrategias que mejoren sus posibilidades de supervivencia. Se han probado, por ejemplo, sistemas de cápsulas y de protecciones con mallas para mejorar la regeneración, se han llenado los bosques de trampas pintadas de púrpura (color por el que la culebrilla siente una especial atracción) y se han ensayado sistemas de desbroce que atenúen el impacto de este insecto sobre el corcho. «Lo habitual es que se desbroce por completo la zona de alcornocal para eliminar competencia por los recursos», explica Mundet, «si bien algunos productores se limitan a abrir caminos hasta los árboles para poder hacer su trabajo. Nosotros hemos comprobado que dejando en torno a un 30 o un 40% de matorral, escogiendo a aquellos que dan más fruto, como el madroño, conseguimos que haya más pájaros que a su vez pueden ser depredadores de los insectos y conseguimos mejores resultados». En este delicado equilibrio también se tiene en cuenta la cantidad de sombra que produce esta vegetación extra e incluso la humedad que retiene de las nieblas, creando un microclima dentro de los alcornocales. Todo influye dentro del bosque y pequeños cambios que a priori pueden parecer irrelevantes pueden ser determinantes en el futuro.
Todo este conocimiento adquirido se transferirá ahora en forma de recomendaciones a técnicos, gestores y propietarios como Oleguer Plana que trabajan para explotar y cuidar los alcornoques. «Si ahora a mí me dicen que debo dejar un 30 por ciento de matorral porque es mejor, me lo planteo», asegura. En su opinión hace falta que la administración dedique recursos a la investigación, pero también más ayuda para la gestión si no queremos que el corcho deje de ser rentable y el alcornocal caiga en el abandono. Un 50% del alcornocal en Cataluña, recuerda, no se está explotando «porque no hay ayudas públicas para todos». Y si no se explota, el riesgo de que otras especies coman el terreno y desplacen a los alcornoques será muy alto. «Este corcho es único en el mundo y solo lo tenemos aquí en el Mediterráneo, porque el alcornoque necesita suelos ácidos. Y sin embargo estamos dejando que nos coma el terreno el tapón de silicona y el de rosca, lo que empobrecerá la experiencia del vino», se queja. De seguir así, en unos años los tapones de corcho serán una rareza o un lujo que solo veremos en los vinos más caros. Y estos árboles desnudos quizá queden abandonados a su suerte. «Debemos hacer valer el alcornoque», concluye Plana, «solo así conseguiremos que no desaparezca».